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viernes, 28 de octubre de 2011

Un encuentro por la paz

 

Así es la cosa Mafalda.

La guerra continua. La guerra sucia no para. "Aunque no haya a la vista amenazas de una gran guerra, el mundo está desafortunadamente lleno de discordia. No se trata sólo de que haya guerras frecuentemente aquí o allá; es que la violencia en cuanto tal siempre está potencialmente presente, y caracteriza la condición de nuestro mundo"

En contraste de esto lideres religiosos de un sinnumero de religiones se reunieron el día de ayer 27 de octubre en Asis, con la idea de conmemorar el primer encuentro interreligioso de oración por la paz convocado en 1986 por el papa Juan Pablo II. En aquella ocasión un papa, un judio, un ortodoxo, un budista, un musulman y otros lideres religiosos rezaron juntos para pedir la paz en medio de la amenaza nuclear que pesaba sobre el mundo en el marco de la guerra fría.

Ayer de nuevo asistieron, entre otros, ateos y agnosticos, el papa, quien convocó el encuentro de dialogo, reflexión y oración, el patriarco Bartolome I de Constantinopla, el arzobispo de Canterbury lider de la iglesia anglicana, y otros lideres de iglesias cristianas, ortodoxos, luteranos, además de judios, musulmanes, budistas.

Un encuentro por la paz.


jueves, 27 de octubre de 2011

Haití, país ocupado

Eduardo Galeano escribe sobre Haití - Artículo publicado en Página 12

Por Eduardo Galeano

Consulte usted cualquier enciclopedia. Pregunte cuál fue el primer país libre en América. Recibirá siempre la misma respuesta: los Estados Unidos. Pero los Estados Unidos declararon su independencia cuando eran una nación con seiscientos cincuenta mil esclavos, que siguieron siendo esclavos durante un siglo, y en su primera Constitución establecieron que un negro equivalía a las tres quintas partes de una persona.
Y si a cualquier enciclopedia pregunta usted cuál fue el primer país que abolió la esclavitud, recibirá siempre la misma respuesta: Inglaterra. Pero el primer país que abolió la esclavitud no fue Inglaterra sino Haití, que todavía sigue expiando el pecado de su dignidad.
Los negros esclavos de Haití habían derrotado al glorioso ejército de Napoleón Bonaparte y Europa nunca perdonó esa humillación. Haití pagó a Francia, durante un siglo y medio, una indemnización gigantesca, por ser culpable de su libertad, pero ni eso alcanzó. Aquella insolencia negra sigue doliendo a los blancos amos del mundo.

De todo eso, sabemos poco o nada.
Haití es un país invisible.

Sólo cobró fama cuando el terremoto del año 2010 mató a más de doscientos mil haitianos. La tragedia hizo que el país ocupara, fugazmente, el primer plano de los medios de comunicación. Haití no se conoce por el talento de sus artistas, magos de la chatarra capaces de convertir la basura en hermosura, ni por sus hazañas históricas en la guerra contra la esclavitud y la opresión colonial.

Vale la pena repetirlo una vez más, para que los sordos escuchen: Haití fue el país fundador de la independencia de América y el primero que derrotó la esclavitud en el mundo. Merece mucho más que la notoriedad nacida de sus desgracias.

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Actualmente, los ejércitos de varios países, incluyendo el mío, continúan ocupando Haití. ¿Cómo se justifica esta invasión militar? Pues alegando que Haití pone en peligro la seguridad internacional. Nada de nuevo.

Todo a lo largo del siglo diecinueve, el ejemplo de Haití constituyó una amenaza para la seguridad de los países que continuaban practicando la esclavitud. Ya lo había dicho Thomas Jefferson: de Haití provenía la peste de la rebelión. En Carolina del Sur, por ejemplo, la ley permitía encarcelar a cualquier marinero negro, mientras su barco estuviera en puerto, por el riesgo de que pudiera contagiar la peste antiesclavista. Y en Brasil, esa peste se llamaba haitianismo.

Ya en el siglo veinte, Haití fue invadido por los marines, por ser un país inseguro para sus acreedores extranjeros. Los invasores empezaron por apoderarse de las aduanas y entregaron el Banco Nacional al City Bank de Nueva York. Y ya que estaban, se quedaron diecinueve años.
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El cruce de la frontera entre la República Dominicana y Haití se llama El mal paso.
Quizás el nombre es una señal de alarma: está usted entrando en el mundo negro, la magia negra, la brujería...
El vudú, la religión que los esclavos trajeron de Africa y se nacionalizó en Haití, no merece llamarse religión. Desde el punto de vista de los propietarios de la Civilización, el vudú es cosa de negros, ignorancia, atraso, pura superstición. La Iglesia Católica, donde no faltan fieles capaces de vender uñas de los santos y plumas del arcángel Gabriel, logró que esta superstición fuera oficialmente prohibida en 1845, 1860, 1896, 1915 y 1942, sin que el pueblo se diera por enterado.
Pero desde hace ya algunos años, las sectas evangélicas se encargan de la guerra contra la superstición en Haití. Esas sectas vienen de los Estados Unidos, un país que no tiene piso 13 en sus edificios, ni fila 13 en sus aviones, habitado por civilizados cristianos que creen que Dios hizo el mundo en una semana.
En ese país, el predicador evangélico Pat Robertson explicó en la televisión el terremoto del año 2010. Este pastor de almas reveló que los negros haitianos habían conquistado la independencia de Francia a partir de una ceremonia vudú, invocando la ayuda del Diablo desde lo hondo de la selva haitiana. El Diablo, que les dio la libertad, envió al terremoto para pasarles la cuenta.
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¿Hasta cuándo seguirán los soldados extranjeros en Haití? Ellos llegaron para estabilizar y ayudar, pero llevan siete años desayudando y desestabilizando a este país que no los quiere. La ocupación militar de Haití está costando a las Naciones Unidas más de ochocientos millones de dólares por año.
Si las Naciones Unidas destinaran esos fondos a la cooperación técnica y la solidaridad social, Haití podría recibir un buen impulso al desarrollo de su energía creadora. Y así se salvaría de sus salvadores armados, que tienen cierta tendencia a violar, matar y regalar enfermedades fatales.
Haití no necesita que nadie venga a multiplicar sus calamidades. Tampoco necesita la caridad de nadie. Como bien dice un antiguo proverbio africano, la mano que da está siempre arriba de la mano que recibe.
Pero Haití sí necesita solidaridad, médicos, escuelas, hospitales y una colaboración verdadera que haga posible el renacimiento de su soberanía alimentaria, asesinada por el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y otras sociedades filantrópicas.
Para nosotros, latinoamericanos, esa solidaridad es un deber de gratitud: será la mejor manera de decir gracias a esta pequeña gran nación que en 1804 nos abrió, con su contagioso ejemplo, las puertas de la libertad.Enlace
(Este artículo está dedicado a Guillermo Chifflet, que fue obligado a renunciar a la Cámara de Diputados del Uruguay cuando votó contra el envío de soldados a Haití.)

lunes, 24 de octubre de 2011

LA ENVIDIA DE LOS DIOSES

De cómo Nantu y Turati, los primeros humanos, descubrieron la maravilla del amor. 


Lo cuentan los ancianos en vísperas de boda. Cuando una pareja de jóvenes va a juntar sus vidas, los más viejos de las tribus amazónicas se reúnen en la noche alrededor del fuego. Y echando atrás sus recuerdos, evocan la historia de Nantu y Turati.
No había hombre ni mujer sobre la tierra. Ellos dos fueron los primeros. Y al no existir nadie más en el mundo, los secretos del amor no les habían sido revelados.

NANTU Vamos al río, Turati, vamos a nadar... ¡Corre, alcánzame!

La selva era generosa con ellos. Comían de sus frutos, vestían de la corteza de los árboles. Los animales les enseñaban los caminos escondidos, los manantiales de aguas cristalinas y a conocer las hierbas misteriosas con que se curan las heridas. Pero Nantu y Turati estaban solos. Y vivían como hermanos.

NANTU Los pájaros son muchos, parecen nubes en el cielo. Los peces llenan los lagos y los ríos. ¿Por qué no hay otros como tú y como yo, Turati?

TURATI No lo sé, Nantu, no lo sé.

Pasaron muchas lunas. Nantu iba tomando formas de mujer. Turati también crecía. Sus espaldas anchas y fuertes mostraban que ya no era un niño.
Un día, asombrados, el primer hombre y la primera mujer se miraron como si nunca antes se hubieran visto. Como si se descubrieran por primera vez.

TURATI Nantu, ¿qué tienes entre las piernas?... ¿Te has cortado?
NANTU No, siempre he sido así.
TURATI Es una llaga abierta. Estás herida.

NANTU No, Turati...
TURATI Te voy a curar. Desde hoy no vas a comer yuca ni plátanos ni ninguna fruta que se raje al madurar. Échate en la hamaca y descansa.

La joven obedeció. Con paciencia bebió menjunjes de hierbas. Se dejó aplicar pomadas y ungüentos. Pero la herida no cerraba.

TURATI No te preocupes, Nantu, yo te curaré.

Nantu apretaba los dientes para no reírse. Y aunque el juego le gustaba, ya empezaba a cansarse de vivir en ayunas y tendida en la hamaca...

NANTU Turati, dame una fruta dulce.
TURATI Espera, Nantu, espera...

Fue en un atardecer ya sin sol, una tarde de selva todavía con el horizonte inundado de destellos rojos y naranjas, como simulando una inmensa hoguera. Turati vino corriendo hacia ella.

TURATI ¡Nantu, Nantu!
NANTU ¿Qué te pasa, qué tienes? 

TURATI Los vi, Nantu. Ahora ya lo sé.
 

Turati acababa de ver al mono curando a la mona en la copa de un árbol. Dicen que cuando terminó el largo abrazo, un aroma espeso de flores y frutas invadió el aire. De los cuerpos que yacían juntos se desprendían vapores y fulgores jamás vistos. Y era tanta su hermosura que se morían de envidia los soles y los dioses.

BIBLIOGRAFÍA: Eduardo Galeano, Memoria del Fuego, Los nacimientos, Siglo XXI, Madrid 1982. Adaptación del Centro Flora Tristán, Lima.