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miércoles, 29 de diciembre de 2010

ECOLOGÍA: Sancocho de ácido, carbón y mercurio...

Por: JUAN GOSSAÍN / CARTAGENA DE INDIAS | 9:28 p.m. | 06 de Diciembre del 2010/ El Tiempo

El alcatraz que vuela entre mis sueños lleva en su enorme pico una quimera... (Walt Whitman, Hojas de hierba).

Una mañana de mayo pasado, los viejos madrugadores del pueblo de Marytown, perdido en las costas que bordean el sudeste de los Estados Unidos, se levantaron como todos los días a echarles unas migajas de pan a los pájaros marinos que merodean con mansedumbre por los patios y que se han ido convirtiendo en sus amigos.

Lo que vieron los dejó espantados: las gaviotas de cabeza negra, que son tan bellas, también tenían negro el plumaje. Del pico les goteaba una mancha babosa. No podían levantar el vuelo de la arena, con las patas hundidas en una masa de chapapote pastoso, como el asfalto cuando se derrite. Una de las gaviotas miró a la gente pidiendo ayuda.

Según cuentan los testigos, más allá de la playa, cerca del río, tres garzas morenas habían muerto con los ojos despepitados. El guiso espantoso que navegaba corriente abajo, matando todo lo que se le atravesara, era la mezcolanza de petróleo crudo de la empresa British, que cayó pocos días antes a las aguas del Golfo de México.

A esa misma hora los alcatraces de la bahía de Santa Marta, al norte de Colombia, desayunaban su ración cotidiana de buñuelos de carbón. El periodista Antonio José Caballero, grabadora en mano, esperaba en la playa el regreso de los pescadores que habían salido a trabajar temprano. Mientras aguardaba, la cámara de su teléfono celular retrató la pala enorme de un barco carbonero que arrojaba al mar el polvo negro que sobró en las bodegas.

A esa misma hora, en las playas legendarias de Juanchaco y Ladrilleros, cerca de Buenaventura, los lancheros de cabotaje que llevan carga y pasajeros por los pueblos que se arraciman en las orillas del Pacífico limpiaban sus motores preparándose para un nuevo día de trabajo. Como si fuera la cosa más natural del mundo, arrojaban al mar el contenido de unos tanques repletos de residuos de gasolina, queroseno y diésel. Un langostino magnífico, que medía un jeme, iniciaba el día tomándose su primera taza de combustible. Cuando vi la fotografía en El País de Cali me dieron ganas de echarme a llorar.

A esa misma hora, en la zona industrial de Cartagena de Indias, abierta sobre la bahía del Caribe resplandeciente, los trabajadores de una compañía empacadora se sentaron a desayunar en los comedores de su empresa. En ese momento volvieron a ver, como venía sucediendo en las mañanas más recientes, que una nata de tizne cubría la superficie del café con leche, y que una mermelada negra, tan semejante al betún de limpiar zapatos, se había pegado al pan y al queso blanco.

Entonces, no aguantaron más. Se levantaron todos, sin que nadie los hubiera convocado, y comenzaron a golpear los platos contra los mesones. La algarabía se oyó en media ciudad. Las autoridades ambientales ordenaron el cierre de un muelle vecino, que se dedica a cargar carbón a cielo raso, sin mayores precauciones ni cuidados, sin tubos cerrados ni conductores protegidos. Seis días después el muelle fue reabierto.

A esa misma hora, en la región acuática de La Mojana, que cubre un gigantesco territorio húmedo de los departamentos de Bolívar, Sucre y Antioquia, bajaban resoplando los ríos Cauca y san Jorge, que se desbordan en caños y ciénagas. El apóstol Ordóñez Sampayo, que se ha gastado la vida defendiendo de la contaminación a campesinos, cosechas y animales, apareció en la plaza de Guaranda con el dictamen médico en la mano: los doctores certificaban que los tres niños que nacieron deformes tenían mercurio en el sistema sanguíneo.
El terrible mal de Minata, como lo saben los japoneses, porque las empresas en cualquier parte del mundo, en Tokio o en Majagual, arrojan porquerías químicas a las corrientes, y primero se pudren las aguas, y después nacen degenerados los peces y los camarones, y después nacen sin ojos los niños cuyas madres, en aquellos caseríos extraviados de la mano de Dios, consumen esa agua y esos pescados.

En las cabeceras de ambos ríos, las compañías mineras, que buscan oro entre la tierra, hacen sus excavaciones con un sancocho de mercurio y ácidos. Arroyos y acequias se llevan el mazacote. Los bocachicos mueren con la boca abierta en los playones. Las espigas de arroz no volvieron a crecer.
En medio del desastre causado por las inundaciones, y como si fuera poco, las yucas harinosas de antes florecen ahora con un hongo químico a manera de cresta. El hambre campea entre los pocos ranchos que no se ha llevado el invierno. Las emanaciones de las lagunas huelen a lo mismo que huele un laboratorio de detergentes.

Hay que decir, también, que los empresarios mineros se defienden diciendo que Ordóñez Sampayo está loco. Claro que está loco: ningún hombre cuerdo expone su pellejo ni dedica su vida entera a defender a un ruiseñor, una mojarra, un plátano pintón, una mazorca de maíz o a una mujer embarazada que carga un fenómeno en el vientre.

Epílogo

Aquella mañana, cuando los pescadores de Santa Marta regresaron a la playa, el periodista Caballero los acompañó en su tarea de descamar y abrirles el buche a los escasos pescados que traían.

-¿Qué es eso? -preguntó, intrigado, al ver unas bolas negras en el estómago de un bagre.

-Carbón, amigo -le contestó uno de ellos, levantando el animal-. Pelotas de carbón. Eso es lo que comen ahora.

Caballero tomó más fotografías y se las llevó a algunos funcionarios de la industria carbonera.

-No se preocupe -le contestó el gerente-. Vamos a construir un nuevo muelle de última generación.

-No lo dudo -dijo el reportero, con una mueca de dolor que parecía sonrisa-. No lo dudo: será la última generación.

El día que Caballero me contó esa historia, y me enseñó sus fotografías, ya no sentí ganas de echarme a llorar, como la vez aquella del langostino bañado en combustible. Lo que sentí ahora fue rabia. Cuando ya no quede una sola hoja de acacia, cuando el último pulpo haya muerto atragantado con ácido sulfúrico y cuando nuestros nietos nazcan con un tumor de carbón endurecido en la barriga, entonces será demasiado tarde. Dispondremos de computadores infrarrojos de última generación, pero ya no habrá agua para beber; los celulares de rayos láser se podrán comprar en las boticas, pero el sol no volverá a salir; los niños encontrarán el algoritmo de 28 a la quinta potencia con solo cerrar los ojos, pero dentro de 20 años no sabrán de qué color era una golondrina.

Los invito a todos a ponerse de pie antes de que se marchite el último pétalo. Usen el arma prodigiosa del Internet para protestar. Hagan oír su voz. Que el correo electrónico de los colombianos sirva para algo más que mandar chistes y felicitaciones de cumpleaños. Porque, si seguimos así, el día menos pensado no quedará nadie que cumpla años. Ni quién envíe felicitaciones.

lunes, 13 de diciembre de 2010

Centenario de la muerte de León Tolstoi, maestro de Gandhi

  Ocupando un lugar central en la sala de estar de mi casa hay un impresionante cuadro de un pintor polaco que muestra a Tolstoi (1828-1910) abrazado por el Cristo coronado de espinas. Está vestido como un campesino ruso y parece extenuado, como simbolizando a toda la humanidad que llega finalmente al abrazo infinito de la paz después de millones de años de ascender penosamente por el camino de la evolución. Fue un regalo que recibí del entonces Presidente de la Asamblea de la ONU, Miguel d’Escoto Brockmann, gran devoto del padre del pacifismo moderno. El día 20 de noviembre se celebró el centenario de su muerte acaecida en 1910. Tolstoi merece ser recordado no sólo como uno de los mayores escritores de la humanidad con sus novelas Guerra y Paz (1868) y Anna Karenina (1875), entre otras muchas, que forman 90 volúmenes, sino también principalmente como uno de los espíritus más comprometidos con los pobres y con la paz, siendo considerado el padre del pacifismo moderno...
A nosotros los teólogos nos interesa especialmente el libro El Reino de Dios está en vosotros, escrito después de una terrible crisis espiritual cuando tenía 50 años (1878). Frecuentó a filósofos, teólogos y sabios y nadie lo satisfizo. Entonces se sumergió en el mundo de los pobres. Allí descubrió la fe viva, «aquella que les daba posibilidad de vivir». Tolstoi consideraba esta obra la más importante de todas las que había escrito. Consideraba sus famosas novelas, según confiesa el 28/10/1895 en su Diario, como «cháchara de vendedores ambulantes para atraer parroquianos con el objetivo de venderles después algo muy diferente». Tardó tres años en terminarla (1890-1893). En Brasil fue publicada en 1994 por la Editora Rosa dos Tempos (hoy Record), con una hermosa introducción de fray Clodovis Boff, pero lamentablemente está agotada. En español ha sido publicada por Editorial Kairós este mismo año de 2010.
El Reino de Dios está en vosotros, muy pronto traducido a varias lenguas, tuvo una enorme repercusión, generando aplausos y fuertes rechazos. Pero su mayor influencia fue la que tuvo sobre Gandhi. Sumergido este también en una profunda crisis espiritual, creía todavía en la violencia como solución para los problemas sociales, cuando leyó el libro en 1894. Le causó una conmoción abisal: «la lectura del libro me curó e hizo de mí un firme seguidor de la ahimsa (no violencia)». Distribuía el libro entre amigos y se lo llevó a la prisión en 1908 para meditarlo. El apóstol de la «no-violencia activa» tuvo como maestro a León Tolstoi. ...ste fue excomulgado por la Iglesia Ortodoxa y el libro vetado por el régimen zarista.
¿Cuál es la tesis central del libro? Estas palabras de Cristo: «No resistáis al mal» (Mt 5,39). Su sentido es: «No resistáis al mal con el mal». O no respondáis a la violencia con violencia. No se trata de cruzar los brazos, sino de responder a la violencia con la no-violencia activa: con la bondad, la mansedumbre y el amor. De otra manera: «no devolver, no tomar represalias, no contraatacar, no vengarse». Estas actitudes verdaderas tienen una fuerza intrínseca invencible como enseña Gandhi. Para el profeta ruso tal precepto no se restringe al cristianismo. Traduce la lógica secreta y profunda del espíritu humano que es el amor. Toca en lo sagrado que hay dentro de cada persona. Por eso el título del libro: El Reino de Dios está en vosotros.
Gandhi tradujo la no-violencia tolstoyana como no-cooperación, desobediencia civil y repudio activo a todo servilismo. Tanto él como Tolstoi sabían que el poder se alimenta de la aceptación, la obediencia ciega y la sumisión. Puesto que tanto el Estado como la Iglesia exigen estas actitudes serviles, las descalifica de forma contundente. Son instituciones que quitan la libertad, atributo inalienable y definitorio del ser humano. En el frontispicio del libro leemos esta frase de San Pablo: «no os volváis siervos de los hombres» (1Cor 7,23).
Para Tolstoi el cristianismo es menos una doctrina a ser aceptada que una práctica para ser vivida. Está delante y no detrás. Hacia atrás parece que fracasó, pero hacia delante es una fuerza todavía no totalmente experimentada. Y es urgente practicarla. Proféticamente Tolstoi percibía la irrupción de guerras violentas, como de hecho ocurrieron. La casa se está quemando y no hay tiempo para preguntar si es necesario salir o no.
Tolstoi tiene un mensaje para el momento actual pues los grandes continúan creyendo en la violencia bélica para resolver problemas políticos en Irak y en Afganistán. Pero otros tiempos vendrán. Cuando el pollito ya no puede quedarse en el huevo, rompe la cáscara con el pico y nace. Así deberá nacer una nueva era de no-violencia y de paz

Leonardo Boff