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lunes, 7 de marzo de 2011

EL ORIGEN DEL ARADO - EN CLAVE DE GÉNERO


En aquel tiempo, las mujeres y los hombres se respetaban.  Los varones salían a cazar animales.  Las mujeres recolectaban frutas y vegetales.  No habían matriarcados ni patriarcados porque cada quien tenía su lugar en el grupo. Así vivieron hombres y mujeres durante siglos, durante milenios. Así migraron por todas las tierras y poblaron los continentes. Con el aumento de la población, se necesitaron más alimentos. Mientras los hombres se dedicaban a cazar más presas, las mujeres inventaron la agricultura.

¡Miren!... Han germinado las semillas... La tierra es una madre que nos alimenta cuando sabemos tratarla.

El descubrimiento ocurrió hace unos 9 mil años. En el Medio Oriente, nuestros antepasados empezaron a cultivar los valles y las laderas de los ríos. Sembraron trigo y cebada y garbanzos. Plantaron viñedos y olivares. También aprendieron a domesticar ovejas y vacas. Con la naciente agricultura y la ganadería, se inventó... el arado.

El arado fue tan decisivo como el descubrimiento del fuego o de la rueda. Esta herramienta cambió el curso de la civilización. Y echó abajo el equilibrio de poder entre hombres y mujeres. Las mujeres eran tan diestras como los hombres sembrando con azadas y palos. Pero los arados, tirados por bueyes, resultaban muy pesados.
Déjame eso a mí, mujer. ¿No ves que los surcos te están saliendo torcidos?

La mayor fuerza física de los varones hizo que éstos monopolizaran el manejo de los arados para roturar los suelos duros. El dominio del arado permitió otros dominios. En carretas de bueyes, los varones transportaban el excedente de las cosechas hacia los mercados. Con el comercio, los varones dominaron también los primeros números para registrar compras y ventas. El poder económico estaba en sus manos.

¡Y el poder militar también! ¡Necesitamos un ejército para defender nuestros campos cultivados!

Los varones se hicieron guerreros y formaron ejércitos. El dominio económico y militar de los varones... se tradujo en dominio sobre las mujeres. Dueños de las armas, de las cosechas y las letras, los hombres necesitaban una religión para bendecir la desigualdad entre los sexos. Los sacerdotes cambiaron las diosas madres por divinidades masculinas. 

·         ¡A partir de ahora, todos los hombres del reino de Babilonia deberán servir al gran dios Marduk!
·         ¿Y las mujeres, gran señor?
·         Servirnos a nosotros, naturalmente.
Lo público y lo privado quedaron bien establecidos. Los hombres eran los productores.  Las mujeres, las reproductoras. Los unos, dueños de las tierras. Las otras, relegadas a las tareas domésticas.

Fue el arado, la maldición del arado, uno de los principales desencadenantes de la dominación de los hombres sobre sus compañeras. ¿Ah, sí, verdad? Pues habrá que inventar otra herramienta, un arado de ideas, y roturar otro campo. ¿Saben cuál? El cerebro de los varones, para que entiendan que el yugo es para los bueyes, no para las mujeres.

BIBLIOGRAFÍA  Helen Fisher, El primer sexo, Taurus, Madrid 2000.

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