Europa, por supuesto, tiene un gran legado de cooperación y
coordinación económica. El proceso de la integración en Europa --que culminó
con la unión económica y monetaria de las naciones soberanas- es la mayor
empresa de colaboración económica jamás antes llevada a cabo en el continente.
Pero hoy, Europa se enfrenta a desafíos serios, en muchos
sentidos, a un momento decisivo. Hablando más ampliamente, el mismo papa dijo,
en su Caritas in Veritate
de 2009, que “el crecimiento sigue siendo un factor decisivo que ha sacado a
billones de personas de la miseria. Sin embargo hay que reconocer que el mismo
crecimiento económico ha sido y continúa siendo influido por desviaciones y
problemas dramáticos, que destacan más ahora con la crisis actual”.
Cuando se trata de la deuda soberana, la zona euro parece ser
diferente de otras economías avanzadas. Incluso con un nivel de deuda similar
al de otras economías avanzadas, se ha sumido en una crisis de deuda pública.
Durante esta crisis, Europa se ha encontrado a sí misma en una
forma reactiva, pero sin ser capaz de salir de la crisis de manera definitiva. Es
imprescindible que lo haga ahora. El reloj no se detiene. Y la solución pasa
por una mayor cooperación y coordinación.
Para funcionar con eficacia, la unión monetaria y económica
requerirá de algunas formas de riesgo fiscal compartido, un seguimiento más
estricto de las políticas nacionales y un enfoque paneuropeo integral a su
sistema financiero. Se está progresando en todos esos frentes, pero la clave
será una rápida implementación.
Echemos un vistazo más de cerca a los factores que nos han
conducido a la crisis actual.
¿Cuál era el plan inicial con la creación de una moneda común? La
Unión Económica y Monetaria (UEM) se fundó sobre la premisa de que los
beneficios de una moneda común serían mayores que los costes de la renuncia de
la moneda nacional. El plan previsto en el Pacto de Estabilidad y Crecimiento
(SGP) era tener Instituciones Europeas que se encargaran de controlar los
presupuestos de los países mediante evaluaciones anuales y de crear una
disciplina fiscal suficiente para dejar espacio a los problemas específicos de
los países. La coordinación del producto nacional y las reformas del mercado
laboral (por ejemplo la apertura del mercado de la electricidad o el fomento en
la participación del mercado laboral) armonizarían las economías para poder
reaccionar de forma parecida a los problemas comunes.
En la práctica, la introducción de la UME se dio por el choque
financiero externo de un conjunto de países. En particular, los países de la
zona sur del euro e Irlanda (en términos generales referidos como la periferia)
experimentaron un choque muy concreto: asistieron al dramático declive de los
costes de endeudamiento después de muchos años de unas tasas de interés más
altas que las de sus compañeros del norte. Esto trajo un beneficio inmediato
para estos países: se permitió a las empresas financiar sus inversiones de
producción a menor coste y expandirse, sin duda una buena noticia. Pero también
condujo a la creencia generalizada de que el fuerte crecimiento sería permanente.
Los hogares asumieron que podían permitirse un nivel de vida más elevado, y
esto condujo a asumir créditos, derroches y a la burbuja inmobiliaria. Y los
gobiernos y sus acreedores dieron por supuestos los ingresos generados por la
aceleración del crecimiento, en vez de reservarlos para hacer frente a la deuda
provocada por las caídas del tipo de interés.
Mientras tanto, a causa de la eliminación de los aranceles
fronterizos, gracias a la moneda única, la integración financiera dentro de la
zona euro floreció, otro beneficio de la UME. Pero los flujos hacia los países
de la periferia llegaron en su mayor parte en forma de deuda para los bancos,
haciéndoles depender cada vez más de los fondos recaudados por los mercados (la
conocida como financiación al por mayor), más que en los depósitos bancarios,
para financiar los créditos domésticos. Por el contrario, los flujos de equidad
--como los flujos de fusiones y de adquisiciones, donde los riesgos se
comparten y que los inversores controlan mejor- fueron pequeños. Los
supervisores nacionales financieros cayeron bajo el mismo influjo optimista.
Fueron complacientes con los crecientes riegos de crédito y permitieron a los
sistemas bancarios crecer en modo no proporcional al de la economía. Como
resultado, el riesgo creció a un nivel tal que el sector bancario fue incapaz
de apoyar a los gobiernos en una crisis financiera.
En la ausencia de una institución de supervisión paneuropea, se
pasaron por alto los riesgos relacionados con la creciente interconexión de los
sistemas financieros nacionales, a través de los grandes créditos
transfronterizos a los bancos.
Con la financiación fácilmente disponible dentro del área euro,
las diferentes tendencias en materia de competitividad fueron fácilmente
solucionadas. Mientras Alemania, y sus países vecinos de la zona euro,
adaptaron sus modelos de producción con la integración del este de Europa, en
sus cadenas de suministro, para competir con las potencias de manufactura de
bajo coste de Asia, los países de la periferia parecieron obviar los crecientes
costes, como el sobrecalentamiento provocado por los grandes aumentos
salariales. Durante mucho tiempo, los políticos y los inversores extranjeros
privados, parecieron ignorar el hecho del deterioro dramático en la posición
externa de los países de la periferia, que estaban financiando gastos
improductivos (por ejemplo la inversión inmobiliaria), de manera que la deuda
acumulada sería muy difícil de devolver.
¿Cómo sucedieron las cosas? Básicamente, los países europeos
experimentaron lo que los economistas llaman un aterrizaje forzoso.
Hasta que la zona euro comenzó a existir, los problemas nacionales
de deuda eran principalmente de deuda externa. El valor nominal de la deuda
interna es preservado normalmente, a menudo gracias a un brote de inflación.
Con el establecimiento de la zona euro, este mecanismo desapareció. La deuda
doméstica y la externa de los países miembros ya no se distinguen, y ya no hay
ningún banco central (nacional) capaz de usar la inflación para solucionar los problemas.
Lo contrario también es cierto, sin embargo. En la zona euro, los
países mantuvieron el control en la política fiscal y no había ninguna
tesorería común en la zona euro, incluyendo las operaciones del Banco Central
Europeo. Los fundadores de la zona euro eran muy conscientes de la necesidad de
preservar una disciplina fiscal, y contaban con una combinación de herramientas
administrativas (SGP) y las reglas de mercado. Pero ambos mecanismos se
degradaron: la SGP fue decayendo y los mercados se quedaron dormidos en los
laureles. Además de esto ningún mecanismo vigilaba de forma correcta las
competencias divergentes de los países miembros y abordaba los problemas
estructurales de crecimiento. El plan conjunto funcionó bien durante la buena
época, pero fracasó cuando comenzó la crisis global.
EL PAPEL DE LA CRISIS FINANCIERA MUNDIAL EN LA ACTUAL CRISIS EUROPEA
EL PAPEL DE LA CRISIS FINANCIERA MUNDIAL EN LA ACTUAL CRISIS EUROPEA
La caída del banco de inversiones americano Lehman Brothers en
septiembre de 2008 marcó el comienzo de un dramático cambio de fortuna en la
zona euro. La crisis se desarrolló en cinco episodios, que todavía están en
vigencia hoy:
1-En primer lugar, las operaciones de los mercados de financiación
mayorista se detuvieron repentinamente complicando a los bancos de la periferia
el continuar financiando los créditos concedidos durante el crecimiento.
2-Una vez detenidos los créditos, los problemas de competitividad
fundamentales y los obstáculos estructurales de crecimiento pasaron a un primer
plano, sobre todo en países como Grecia y Portugal. Los ingresos fiscales
acabaron dejando ver las débiles finanzas públicas subyacentes. Los inversores
privados comenzaron a analizar el deterioro de los balances y los bancos
comenzaron a verse en crecientes dificultades fiscales, especialmente en
Irlanda. Como resultado, el problema de la deuda privada se convirtió en una
crisis de deuda nacional.
3-Con los bancos financiando con dificultades la deuda nacional,
las preocupaciones sobre la solvencia fiscal inhibieron la confianza en el
sector periférico bancario, se puso en marcha un circuito de retroalimentación
perniciosa que persiste hasta nuestros días. El coste de crédito al alza costó
caro, no sólo a la deuda soberana, sino también a los bancos que no tienen
financiación privada en Grecia, Irlanda y Portugal.
4-Más recientemente, la crisis incluyó a Italia y a España, que vieron el coste de su deuda nacional elevarse durante el verano de 2011.
5-El contagio no se detuvo en las fronteras de la periferia. Los bancos esenciales de la zona euro, que habían financiado el auge de la periferia, fueron objeto de análisis. Las incertidumbres crecientes sobre la exposición y la calidad de los activos retrasó la recuperación de la confianza que era esencial para la recuperación conjunta de la zona euro.
LO QUE SE HA HECHO: ACCIONES POLÍTICAS
Después de ver cómo la crisis comenzó y se aposentó en Europa, me
gustaría, ahora, volver a las acciones políticas y a cómo se ha actuado hasta
ahora. Un elemento clave ha sido la interacción entre las políticas a nivel
nacional y regional.
A nivel nacional, los países que habían acumulado grandes
desequilibrios, ya sea a nivel fiscal o externo, fueron objeto de intensas
presiones de mercado. Como resultado, se comenzaron a aplicar inmediatamente
importantes medidas de ajuste, que iban desde recortes en el gasto público al
aumento de los impuestos y medidas para mejorar el funcionamiento de sus economías.
Pero, debido a la ausencia de una gestión amplia y adecuada de la
crisis en la zona euro, las instituciones retrasaron las decisiones a nivel
regional. En mayo de 2010, cuando quedó claro que Grecia podría necesitar apoyo
financiero externo, los líderes europeos tuvieron que recurrir a préstamos
bilaterales. Más tarde, se creó el Fondo Europeo de Estabilidad Financiera
(EFSF) para prestar ayuda a los estados miembros de la zona euro que estuvieran
en dificultades financieras, lo cual ya fue aprovechado por Irlanda en
diciembre de 2010, y por Portugal en mayo de 2011. Debido a la dificultad
política de usar el dinero de los que pagan impuestos de algunos países para
cubrir el derroche de otros --para lo que, indudablemente el Tratado de
Maastricht fue escrito con el fin de evitar las transferencias fiscales a
través de la zona euro--, las decisiones relacionadas con el EFSF no han sido
fáciles de conseguir. A medida que la turbulencia en los mercados persistía, la
capacidad de préstamos del EFSF casi se duplicó en 440 billones de euros, en la
primavera de 2011; cuando las turbulencias amenazaron a España e Italia, su
mandato fue significativamente mayor en el verano de 2011 para permitir el
préstamo cautelar y mayor flexibilidad.
Pero los mercados se mantienen cautos. Las rebajas de las agencias
de calificación de créditos han continuado, y hasta mediados de agosto de 2011
la confianza de los mercados no ha cambiado. La sostenibilidad de la deuda
sigue siendo un reto y las previsiones de ajuste, dolorosas y prolongadas. El
crecimiento --un ingrediente esencial para la sostenibilidad fiscal- ha
demostrado ser más difícil de lo esperado, en países donde la crisis ha
golpeado más fuertemente. Los mercados están, por lo tanto, preocupados por que
la dificultad de la reforma se establezca antes de que los ajustes se
completen, ya que se elevarían los costes de financiación, lo que a su vez pone
en peligro la sostenibilidad de la deuda.
Déjenme concluir con algunas primeras lecciones derivadas de la
crisis.
La integración económica y financiera ha traído beneficios a la
zona euro que exceden mucho a los costes. Pero las instituciones que apoyan la
moneda única han sido claramente inadecuadas durante la crisis, a destacar la
necesidad de delegar la soberanía del país más hacia el centro. Como dije en mi
introducción, la integración europea es un logro notable, pero es incompleto.
Cuando la crisis encendió una luz en la integración económica y financiera,
también puso de relieve sus defectos. Poner un barco a navegar a mar abierto
cuando no está terminado es un desastre.
Creo que la coordinación económica inadecuada hizo que la crisis
empeorase. Por desgracia, no había instrumentos disponibles para manejar los
riesgos financieros transfronterizos. Había una mentalidad de “mientras a mi no
me afecte”. Cuando la crisis golpeó, los países miraban hacia dentro de sus
fronteras, reaccionando ante los problemas internos sin tener en cuenta los
contagios que venían de fuera. Y hoy, los problemas vigentes en la periferia
amenazan la estabilidad de toda la zona euro. La integración financiera
incompleta se convertirá en un costoso anacronismo.
No usemos palabras banales, los países periféricos están hoy en
una situación crítica. Y no hay salida fácil, no hay una solución que no tenga
un coste, para ellos y para sus compañeros en la eurozona. Ciertamente, podemos
estar todos de acuerdo, los países periféricos deben tomar medidas políticas
duras para recuperar la salud económica. Sí, debemos ajustarnos. Pero, al mismo
tiempo, no podemos hacerlo solos. Los costes de los ajustes no puede ser
asumidos únicamente por los ciudadanos de estos países. No es económicamente
viable, no es políticamente factible. Los costes deben ser compartidos,
incluyendo una financiación adicional necesaria. Seguramente, formar parte de
una unión económica más amplia es esto, ¿no?
Así que la única opción viable para Europa hoy es una solución
comprensiva y coherente, una solución cooperativa, una solución compartida. En
un futuro inmediato, deberíamos admitir que no hay una solución rápida. La
situación actual es crítica pero no es fatal. Se necesita claridad rápidamente
en tres materias: Grecia, la recapitalización de los bancos, y la construcción
de un cortafuegos, aprovechando el EFSF y el posible acceso a los recursos de
financiación. Más allá de la situación inmediata, hemos aprendido también lo
que una solución sostenible implica.
LECCIONES DE LA CRISIS
LECCIONES DE LA CRISIS
La primera lección que nos ha dado la crisis es que Europa
necesita un área más fuerte y más amplia de gestión de crisis, es decir un tipo
de mecanismo de riesgo compartido a nivel de la zona euro, para prestar
asistencia a los países que se enfrentan a las presiones de financiación de su
deuda y para respaldar las operaciones de emergencia del Banco Central Europeo.
El EFSF --y su futuro sucesor para el 2013, el Mecanismo Europeo
de Estabilidad (ESM)- presenta un primer paso hacia un plan de seguro fiscal,
especialmente después de sus recientes mejoras. Entre las muchas mejoras que se
plantean, una opción es que el ESM se podría convertir en una agencia de
gestión de la deuda europea, emitiendo bonos comunes condicionados por las
políticas nacionales prudentes.
Segundo, Europa necesita solucionar los problemas sin resolver del sector financiero. Esto es fundamental. El legado de los bancos en dificultades, y su alto riesgo de apalancamiento, sofocan la recuperación, especialmente dada la importancia de la financiación bancaria en Europa.
Pero hay un punto más profundo que trasciende de la crisis actual:
es necesario completar la integración financiera a nivel europeo para ayudar a
restaurar, en toda la zona, la salud financiera y romper el estrecho vínculo
entre los bancos y los gobiernos nacionales. Esto significa armonizar las
prácticas de regulación y de supervisión. Significa establecer un marco
integrado para la prevención de la crisis, gestión y el establecimiento de un
seguro, con una Autoridad de Resolución Europea apoyada por un respaldo fiscal
en toda la zona. Significa permitir que los bancos extranjeros traigan un capital
fresco donde sea necesario y abandonar el modelo costoso y obsoleto de los
“abanderados bancarios nacionales”. Se han dado algunos pasos positivos, pero
quedan muchos por dar todavía, incluyendo el establecer reglas claras para la
asignación de pérdidas a los agentes privados y compartir la carga del apoyo
público entre los estados miembros.
La tercera área principal tiene que ver con una mejor coordinación
fiscal. Esta tiene en sí misma diferentes ámbitos: requiere una coordinación de
políticas fiscales más efectiva y el mejoramiento de las instituciones fiscales
nacionales (reglas fiscales).
Finalmente, impulsar el crecimiento potencial es fundamental: es
la “E” de la UME, que ya ha sido olvidada por muchos observadores. Aquí, lo que
se requiere es una coordinación macroeconómica más fuerte, esencial en la unión
económica y monetaria, pero que todavía no está completa. La supervisión
macroeconómica ha sido muy inadecuada, con una atención casi exclusiva a los
asuntos fiscales y una visión implícita de que los déficits en las cuentas no
importan a la unión monetaria. Esta crisis prueba que esto es erróneo y una
mejor supervisión de los desequilibrios internos y externos es la clave. El
nuevo Procedimiento de Desequilibrios Excesivos --diseñado pata detectar y
corregir los desequilibrios macroeconómicos- puede jugar un papel importante,
si funciona correctamente.
En conclusión, hay un mensaje sencillo y es que la economía global
necesita de una mayor cooperación, hoy más que nunca. Europa fue de los
primeros líderes en la cooperación y coordinación económica. Necesita asumir
este papel de nuevo. Es un asunto urgente poner en marcha un enfoque integral
de los problemas de Europa, no sólo para los países que sufren la crisis, sino
para todos los que conforman la eurozona. Es un momento decisivo y hay que
actuar ya.
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