Esta es la historia de Yemanyá, diosa yoruba traída a América por
las esclavas y esclavos africanos, madre y matriz, Reina del Mar y
Señora de la Vida.
Yemanyá era bella, inteligente, una negra esbelta de senos espléndidos.
Tan bella, que el guerrero Okeré fue a pedirla en matrimonio. Ella
aceptó casarse, pero puso una condición y le dijo: Tengo senos grandes para amamantar a muchos hijos e hijas. Tú, Okeré, nunca te reirás de mí ni de mis pechos.
Okeré era amable con Yemanyá y la trataba con respeto. Pero un día
llegó tarde a casa. Había bebido mucho vino de palma de dendé.
Yemanyá le dijo: Te esperaba y no llegaste. En vez de amor, traes alcohol.
Okeré estaba muy borracho y le dijo: ¡Mujer pechuda, mira las tetas que tienes!
Yemanyá se puso furiosa:
- Ningún hombre se burla de mí, aunque sea mi marido.
Yemanyá escapó de la cabaña. Llevaba consigo una garrafa con agua
sagrada, regalo de su madre. Furioso, Okeré ordenó traerla viva o
muerta. Al verse cercada, Yemanyá derramó la poción mágica y al punto
nació un río caudaloso que guiaba a la diosa hacia el mar. Para impedir la fuga de su esposa, Okeré se convirtió en una montaña que detuvo la corriente del río.
- Ningún hombre me detiene, aunque sea un guerrero poderoso.
Yemanyá llamó a su hijo Changó, dios de la luz y la justicia... Y Changó lanzó un rayo fulminante. La montaña se partió en dos, como un ñame cuando lo corta el machete.
Rota la montaña, el río siguió su curso. Pero sucedió que Changó vio
reflejada en las aguas la sensual belleza de su madre y la persiguió
para poseerla.
- Ningún hombre abusa de mí, y menos un hijo mío.
De los senos opulentos de Yemanyá salieron dos fuentes de agua, más
copiosas que el mismo río en que la diosa viajaba rumbo al mar. Así fue como Yemanyá entró en el mar y estableció su reino. La
recibieron los caracoles y los peces de mil colores. Y desde sus aguas,
la Diosa volvió fecundas a las mujeres de la tierra.
La noche del 2 de febrero es la fiesta grande de Yemanyá. Las playas de
Brasil, de Uruguay, de Cuba, se llenan de devotas con collares de
cuentas iridiscentes y vestidas de blanco, de creyentes que entran en el
mar hasta la cintura y cantan alabanzas a la diosa. En la arena, suenan
los antiguos tambores africanos.
Mar adentro, avanzan
las barcas iluminadas con velas blancas y azules, cargadas con perfumes,
sandías, caracoles y flores. A varias millas de la costa, las ofrendas
se arrojan al mar. Cuando amanece, mujeres y hombres se
retiran a sus casas. Caminan de espaldas, mirando al mar, esperando
descubrir en el horizonte dorado el rostro generoso de Yemanyá, madre
primordial, emperatriz de las aguas.
Que las mujeres quieran ser como Yemanyá y aprendan de ella para ser bellas e inteligentes.
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