La
especificidad del ser humano surgió de una forma misteriosa y es de difícil
reconstrucción histórica. Pero hay indicios de que hace siete millones de años
a partir de un antepasado común habría comenzado la separación lenta y
progresiva entre los simios superiores y los humanos.
Etnobiólogos
y arqueólogos nos señalan un hecho singular. Cuando nuestros antepasados
antropoides salían a cosechar frutos, semillas, cazas y pesca, no comían
individualmente. Recogían los alimentos y los llevaban al grupo. Y ahí
practicaban la comensalidad, esto es: distribuían los alimentos entre ellos y
los comían comunitariamente. Esta comensalidad permitió el salto de la
animalidad hacia la humanidad. Esa pequeña diferencia hace toda una diferencia.
Lo
que ayer nos hizo humanos, todavía hoy sigue haciéndonos de nuevo humanos. Y si
no está presente, nos deshumanizamos, crueles y sin piedad. ¿No es esta,
lamentablemente, la situación de la humanidad actual?
Un
elemento productor de humanidad, estrechamente ligado a la comensalidad, es la
culinaria, la cocina, es decir, la preparación de los alimentos. Bien escribió
Claude Lévi-Strauss, eminente antropólogo que trabajó muchos años en Brasil:
«el dominio de la cocina constituye una forma de actividad humana
verdaderamente universal. Así como no existe sociedad sin lenguaje, así tampoco
hay ninguna sociedad que no cocine algunos de sus alimentos».